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Secretos de Un Matrimonio - 3ª Parte

La mujer que se encontraba sentada en el sillón giratorio preguntó a la chica del batín rojo tumbada en el diván:

- empezaremos como siempre... ¿cuál ha sido tu ultima fantasía onírica?

Tras una pausa la paciente contestó con su habitual voz baja, apenas audible - me encontraba sentada en un restaurante, con mi marido y un amigo suyo. Este sin más me exigió que me quitara los zapatos y los pantys, mientras Joan observaba complacido. Me daba mucha vergüenza pero le obedecí sin rechistar. Después tuve que quitarme la falda. Quedé vestida solo con una blusa y las bragas. A pesar de eso la gente ni me miraba. El amigo me mandó quitarme también la blusa, así que quedé solo con braguitas y sujetador.

- Eso es nuevo. Interesante... sigue.

- me hizo levantar y subirme sobre la mesa. La gente seguía ignorándome. A su orden me quité las bragas y el sostén quedando totalmente desnuda. Tampoco nadie me hizo caso. Mi marido se reía. Su amigo se enfadaba mucho por mi incapacidad de atraer la atención. Allí mismo se quitó la correa y me azotó en mis nalgas.

(silencio)

- ¿Nada más?

- me corrí.

- ¿En el sueño?

- No... de verdad, en la cama.

La doctora se arrellanó en su sillón. - Muy escueto comparado con otras explicaciones. ¿no tienes ganas de hablar?

- no se me ocurre hacerlo de otra manera. No fue un sueño de mucho dialogo. Ordenes directas o así.

- Vaya, que yo recuerde, es la primera vez que tienes sueños exhibicionistas. Lo provocaste claro.

Antes de contestar Inés se preguntó si había sido así realmente.

- no sé... es posible.

La doctora insistió ¿sí o no?

- sí. supongo que sí.

Estaba tensa y la analista era perfectamente consciente de ello.

- ¿te encuentras bien?

- no.

- se nota ¿ quieres quitarte el batín?... Te haría bien.

La doctora Eva Scarpetta pertenecía a la escuela bastante difundida de que los pacientes, una vez pasado el primer momento, se desinhibían y eran más permeables si quedaban totalmente desnudos. Con los hombres era mas complicado conseguirlo, pero al final todos lo aceptaban. O al menos solo conservaban el slip o las bragas. Eva, lesbiana de pro, se comportaba con una rigurosa profesionalidad en su trabajo. En más de veinte años de profesión se podían contar con los dedos de una mano las pacientes que habían hecho flaquear esa profesionalidad. Inés era una de ellas.

La joven del diván se levantó y se quitó la bata. A diferencia de otras ocasiones en que conservaba sus bragas, este día no llevaba nada debajo. Volvió a tumbarse. Al poner en contacto su desnudez con la piel del diván sus pezones reaccionaron. Sintió vergüenza.

- Siempre me sorprenderá tu capacidad para provocar tus propios sueños. Me das envidia ¿sabes?.

Esa era una de las razones por las que Inés acudía a una analista una vez por semana. Había otras.

- Inés, ¿te das cuenta de que es la primera vez que fantaseas con acciones claramente exhibicionistas? ¿y con alguien que no es tu marido?

- sí.

- ¿te sientes culpable por eso?

- no. por eso no.

- ni por tu marido

- no..

- pero... otras veces así ha sido.

- esta vez no.

- y por... ¿haberte corrido con los azotes?

Inés calló. Este era otro motivo por el que visitaba a Eva.

MARTES, 18 DE FEBRERO

En la pantalla del PC, esta abierto el messenguer, Inés leyó la frase en letras violetas

- quítate las bragas.

- sí mi señor.

Inés hizo lo que le indicaron. Era lo habitual. Llevaba demasiado rato con Gabriel sin que se lo pidiera.

- ya esta, amo.

- bien... ahora dime, ¿cual te has puesto hoy?

El hombre al que Inés se entregaba a través del ordenador tenia un inventario completo de su ropa intima: modelo, talla, color, lugar y motivo de compra, si lo había comprado ella o si era un regalo y de quien...

- las anaranjadas de La Perla.

- Tanga o braga.

Tenia las dos variantes. El conjunto completo con corsé, suje y ligueros, un regalo de Joan comprado en Suiza. No lo usaba casi nunca, excepto en ocasiones especiales. Sus citas con su amo virtual lo eran.

- Tanga, señor.

- hoy no las guardes en tu bolso. Quiero que las dejes extendidas encima del mueble bajo, detrás de tu mesa.

Inés sabia que si las dejaba allí podrían ser vistas fácilmente. Penso en dejarlas extendidas pero semiocultas por papeles. Lo pensó mejor y las dejó tal cual era el deseo de Gabriel, su amo. Se tomaba el ciber muy en serio, por encima de su habitual vergüenza a la exhibición.

- ¿a que hora tienes la reunión?

- ahora a las 12.

- bien. ya sabes lo que tienes que hacer.

- sí, mi señor.

- repítelo.

- a los diez minutos exactos debo introducir el bolígrafo dentro de mi vagina. Estará ahí un cuarto de hora exacto, ni un segundo más ni menos. Entonces lo sacaré y lo lameré en cualquier situación.

- muy bien. En nuestra próxima cita me contaras como te sentiste.

- si, amo.

- Inés...

- ¿señor...?

- te portas muy bien últimamente. Eres una buena sumisa.

- gracias señor. Procuro serlo para Vd.

- No tengo ningún motivo para castigarte.

En este momento Inés se estremeció, como le ocurría en cada cita. Sabia que bajo ninguna circunstancia escaparía de la punición. Gabriel era así. No le importaba sentir dolor, pero tenia horror a las marcas o a las señales que pudieran delatarla ante Joan. Sin embargo su interior se humedecía un poco más de lo que estaba ante esta circunstancia.

- no soy yo quien debo juzgarlo señor.

- pero lo voy a hacer... ¿y sabes porqué verdad?

- sí señor, lo sé.

- dímelo entonces.

- porque os causa placer señor.

- ¿Y...?

- para una buena sumisa el placer de su amo es su propio placer.

- muy bien Inés... quítate el jersey y saca una hipodérmica. De las finas.



JUEVES, 20 DE FEBRERO

- esta tarde he visto a Alex.

- ah, ¿sí... donde?

- en la gasolinera de Alcampo.

- normal... vive en Port Saplaya.

- le he dicho que venga este domingo a comer. No te molesta, ¿verdad?

El hombre hizo una mueca de disgusto. Estaba en el estudio revisando exámenes; ella, en la cocina no podía verlo. Suspiró con resignación.

- no cielo. me parece muy bien. ¿aceptó?

- claro. Y dice la TV3 que va ha hacer muy buen tiempo. Podríamos limpiar la piscina. ¿te parece?

- ¿ lo has invitado para disfrutar de su compañía o para que nos ayude?

(risas)

- para ambas cosas.

- te advierto que es un manazas... y alérgico al trabajo doméstico.

- ya será menos...


VIERNES 21 FEBRERO

- ayer vi a tu mujer.

- ya lo sé. Me lo dijo anoche. Inés es capaz de comprar en el quinto coño por ahorrarse unos euros. Y no te digo nada por repostar gasolina en el sitio más barato, aunque se lo gaste en kilómetros.

- entonces sabes que me invitó a comer el domingo con vosotros.

- si... cabrón. El domingo por la tarde he quedado con Silvia.

- "no problem" tío... pongo una excusa y no voy. ¿ esta en la Consellería ahora? Dame su teléfono.

- que no. Casi... mira Alex, ella todavía no sabe que me tengo que ir. Se lo iba a decir esta noche. Tantearé si le importa quedarse contigo o prefiere quedarse sola. Si te quedas con ella no me la dejes hasta las 10 y media o así, ya que te invitaré a cenar también.

- ¿a que hora has quedado con Silvia?

- a las 6. Sus compañeras de piso son de Gandía. No llegaran hasta las 11. Vienen en tren.

- ¿ sumisa?

- no lo sé... ni me importa.

- ¿no te apetece dominarla? Venga Joan...

- ya te lo dije... dimití.

- Ah... el amor... qué cosas tiene el amor.



* * * * *



- estoy muy decepcionado Inés.

- lo sé señor... y lo siento.

- con sentirlo no es bastante.

- también lo sé señor.

- estuve hasta las 11 pasadas esperándote en ese estúpido chat... que ya no soporto. Cada dos por tres enviándote mails... el messenguer abierto.

- señor, ya os he dicho que no tuve elección. Era el secretario de Presidencia.

- me da lo mismo. Como si fuera el mismísimo Presidente y... ¿te atreves a replicarme?

- no señor... perdonad a esta estúpida.

- muy mal Inés, muy mal... esto no puede quedar así.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de la mujer sentada ante el gran monitor en el amplio sillón giratorio. Sabia por experiencia que lo que vendría a continuación sería mucho más duro y difícil que de costumbre. A veces tenia ganas de echarlo todo a rodar. ¿cómo era posible que una mujer como ella, independiente e inteligente, solo por que se lo pedía un macho cincuentón, pasara entre otras lindezas por cosas tan inverosímiles como mear en el suelo de su despacho y tenderse sobre los orines totalmente desnuda rebozando todo su cuerpo?. Increíble... Y más que increíble el no haber querido establecer límites. ¿cómo se pueden poner límites en una relación de Dominio/sumisión? argumentó ella a la pregunta de él. Además, tenia que llevarse trabajo a casa las más de las veces que Gabriel la llamaba, ya que sentía una gran sensación de hastío e insatisfacción si no llevaba los papeles al día. Menos mal que él no la citaba muy a menudo, pero era la segunda vez esta semana. Desde noviembre en que se metió en un privado con él habían mantenido una relación estable. Bueno, todo lo estable que puede considerarse el contacto a través de internet. Cuando exigía su presencia enviándole un e-mail debía dejarlo todo a la hora convenida, y comunicarse con él, normalmente con el messenguer. A veces tenia que hacer encajes de bolillos para hacerlo. Solo esta vez y otra más -al principio de que él la aceptara como su puta- no había podido eludir sus obligaciones. Todavía recordaba lo mal que lo había pasado aquella vez... y la marca que le dejó. Esta vez no seria diferente, y posiblemente peor por su débil protesta. Pero... esta relación la mantenía viva. Solo con pensar en sus citas automáticamente sentía una descarga húmeda en su vagina, que llegaba en ocasiones a empaparle las bragas. Además, Gabriel se tomaba el ciber tan en serio como ella. Y nunca le exigió o sugirió el contacto directo... jamás. Ni sabia su dirección o el número del móvil. Hasta pensaba que Inés era un seudónimo. No... no lo iba a dejar, desde luego.

- es cierto señor.

- Te decepcionaría si no te corrigiera como te mereces. Al menos eso creo... ¿Lo crees tú también?

Tragó saliva. Sabía lo que esperaba su amo de ella.

- Señor, no soy quien para opinar sobre Vd. Y tengo el convencimiento de sabréis escarmentar adecuadamente a esta ramera... sin paliativos.

- ¿tienes intimidad?

Sintió un ahogo en el pecho. Jamas le había hecho esa pregunta.

- si señor.

- quítate la blusa.

Inés se quitó su camisa.

- ahora la falda. Y las bragas. Quédate solo con las medias.

mientras se desvestía la excitación apenas la dejaba respirar.

- bájate las copas del sujetador.

Cerró los ojos. Adivinaba el paso siguiente.

- ahora ponte las pinzas en tus pezones. No hace falta que te diga cuales.

- no mi señor.

Abrió su cajón y sacó unas pequeñas pinzas metálicas de las usadas por los electricistas. No pudo evitar un gemido al ponérselas.

- ya esta, mi señor.

Normalmente la cosa no pasaba de ahí, pero la ocasión era muy especial.

- ahora ponte dos mas... en tus labios. Ya sabes cuales.

Esto era nuevo. Lo más que le había hecho hacer con su sexo era arrancarse mechones de vello o introducir algún calabacín. Suspiró y con sus dedos atrapó el labio interno izquierdo. Tenia la vulva encharcada, más que mojada. Con la otra mano atenazó el colgajo (así los llamaba, porque los tenia más bien grandes). Las lagrimas casi le saltaron del dolor. Cuando terminó con el otro, lloraba amargamente.

- ya están puestos señor...

- muy bien. quítate el sujetador. Y recógete el pelo si lo llevas suelto. Después de que tu nuca quede bien a la vista coge el látigo.

Cerró los ojos y agachó la cabeza, hundiéndola entre sus manos. El látigo era en realidad una correa de cuero muy larga. Era menos dolorosa que las pinzas o las agujas pero... dejaba huellas si te azotabas por encima del nivel medio, según la graduación establecida por ambos, ¡el domingo tenia invitados en casa¡

- voy a ser magnánimo contigo Inés. Te doy a elegir: nivel medio o alto.

Tragó saliva dificultosamente. Se debatía entre su conveniencia y lo que satisfacerla más a su amo.

- con vuestro permiso, elijo el alto, señor.

- Y... ¿dónde los prefieres? Ya sabes cual debes excluir.

Autoazotarse es un arte, e Inés era una maestra. Gabriel la había aleccionado muy bien, mediante fotos y esquemas (era un gran dibujante). Habían muchas variantes. Los azotes mas dolorosos y que mas marcas dejaban eran en la cara interior de los muslos, aun a nivel bajo. Ese castigo lo había practicado en su casa, tendida en la cama con su muñeca atada al tobillo del mismo lado. Era terrible. Gabriel no se lo había aplicado nunca ya que imaginaba que lo guardaba para ocasiones especiales. Así que escogió uno de los preferidos por su amo. Y a esperar que no fueran demasiados, ya que nunca había pasado del nivel medio, e iba a darse con ganas.

- Señor, si no disponéis nada en contra serán en mi espalda, por debajo de mis piernas.

- Muy buena elección Inés. Con diez latigazos bastará.

Continuará...

Inés

Ines34@ozu.es

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