Inicio » Relatos de Dominacion » La Bailarina Esclava - 2ª Parte

La Bailarina Esclava - 2ª Parte

Le acompañaban tres personas mas, dos hombres maduros y otra mujer muy joven. Varios esclavos acompañaban a sus amos. Démeter ni se apercibió de la existencia de esa chica nueva de tez morena y bonitos ojos negros que tan gentilmente se movía.

La mujer joven seguía tiritando a pesar del brasero y de la piel que la cubría. Démeter le preguntó si se encontraba bien. Silvia, ese era su nombre, apenas pudo contestarle que no; cayó desmayada por hipotermia. Inmediatamente la Señora reclamó por pura casualidad a Luisa pidiéndole que se quitara la túnica y se pegara a su espalda para darle calor con su cuerpo. Luisa se desnudó y metiéndose debajo del manto se adhirió literalmente al cuerpo helado de Silvia, que no tardó demasiado en adquirir algo de temperatura.

LUISA YEGUA DE DÉMETER

Los siguientes días Luisa y toda la servidumbre el general tuvo mucho trabajo. Los ilustres visitantes estaban permanentemente aburridos y ociosos, siempre con las exigencias más inverosímiles y pueriles. Démeter inventaba juegos para distraer a sus invitados. Con ellos pronto demostró ser una mujer depravada, cruel, despiadada e incluso sanguinaria, aunque en honor a la verdad ninguno de sus invitados le iba a la zaga. Los esclavos les tenían miedo y no era para menos. Todos lo días organizaban carreras de cuadrigas en el gran patio de las caballerizas, solo que los caballos eran sustituidos por esclavos y esclavas. Luisa formaba parte de una de ellas. Desnuda y repujada en cuero junto a otras tres esclavas, tenía que arrastrar con los brazos atados en su espalda el carro de Démeter. Esta, con una túnica negra muy corta y un casco dorado lo conducía con mano de hierro, sometiendo brutalidad implacable a sus potrancas a un esfuerzo sobrehumano. No era de extrañar que resultara vencedora casi siempre. Luisa y sus compañeras terminaban extenuadas, sudorosas y con el cuerpo señalado por la larga fusta de Démeter.

Entre personajes tan disolutos el premio para los vencedores solía ser de índole sexual. Era obvio que Démeter perseguía a Silvia, la única hija de un Senador muy amigo de su difunto esposo. Para su padre y en general para todo su mundo Silvia era una muchacha virtuosa. La realidad era que se prestaba sin rubor a cualquier juego indecente y obsceno, aunque parecía no sentir las mismas e indisimuladas inclinaciones de la perversa Démeter, prefiriendo la compañía tanto de efebos de apariencia andrógina, como de viejos libidinosos como los que les acompañaban. Por eso resultó extraño que una de las escasas ocasiones en que Démeter no resultara ganadora, Silvia reclamara que Luisa pasara a su servicio por una noche. Démeter no había prestado mucha atención a esa esclavita monilla que tan bien se portaba arrastrando su carro. Sabía que su destino no seria otro que convertirse en esclava sexual y eso la molestó en grado sumo. Una esclava esmirriada había logrado lo que ella no había conseguido. Lo que no sospechaba es que Silvia lo hizo con el único fin de fastidiarla.

LUISA Y SILVIA

Luisa pasó esa misma noche a los aposentos de Silvia. Esta la recibió personalmente y le invitó a una copa de vino. Las dos chicas eran de edad parecida aunque no de físico. A pesar de tener similar altura Luisa era de piel morena, cabello oscuro, espigada y de formas poco pronunciadas. En cambio Silvia era rubia, de cuerpo más bien rellenito y con bastantes curvas.

Después de despedir a la servidumbre quedaron a solas, cara a cara. Silvia le preguntó sobre su pasado y muy particularmente por lo que hacia cuando era libre. Luisa que era una persona muy observadora intentó por todos los medios ocultar aquellas cosas que podrían mostrarla como una rival de su ama, lo que consiguió solo en parte. Silvia no tardó en hacer uso de sus prerrogativas y prescindiendo de toda diplomacia le exigió que se desnudara lentamente. Luisa no tuvo más remedio que obedecerla y se desprendió de la túnica dejándola caer al suelo. Silvia quedó manifiestamente poco satisfecha de la manera en que lo había hecho y le preguntó si alguna vez había tenido que hacerlo con Démeter. Luisa sabía que entraba en terrenos cenagosos pero tuvo que decir la verdad: se había desnudado por primera vez ante su ama la noche de su llegada cuando tuvo que darle calor. Silvia se levantó del diván y sin decir palabra se fue quitando sus ropajes con una extrema sensualidad, quedando totalmente desnuda ante Luisa. Esta no pudo evitar sentir una punzada de excitación. En su adolescencia había frecuentado el lecho una de las sirvientas de su casa que la había aleccionado en los placeres sáficos. Silvia le pidió que lo intentara de nuevo poniendo más pasión, cosa que Luisa hizo, esta vez con algo más de éxito, pero no el suficiente para la exigente romana. Dos veces más tuvo que desprenderse de su túnica con la mayor voluptuosidad de que era capaz. Silvia como sabemos tenía fama de ser era una virtuosa romana pero era en realidad una muchacha libidinosa y sin escrúpulos. No tuvo reparo alguno en llamar a su presencia a uno de sus esclavos. Marco, ese era su nombre, no tardó en aparecer. Era un muchacho muy joven, casi púber, pero de apariencia fuerte y gentil. Venía vestido con una clámide al estilo griego a pesar del frío reinante en el exterior del aposento, mostrando un torso moreno y limpio de vello incluso en sus axilas. Silvia le ordeno que se desprendiera de su exiguas ropas, lo que hizo inmediatamente. Su pubis estaba también rasurado y su pene en reposo bien podía corresponder al de un potrillo.

Silvia dio a Luisa una ultima oportunidad. Volvería a desvestirse delante de Marco. Si no lograba que su sexo entrara en erección al hacerlo, seria azotada, con el permiso de Démeter claro.

Luisa volvió a ponerse la túnica. Bajo la atenta mirada de los jóvenes hizo lo que mejor sabía hacer y que había ocultado deliberadamente a todo el mundo: era una experta danzarina; así que fue quitándose la ropa siguiendo con todo su cuerpo el ritmo de la música que oía en su imaginación. Cuando terminó de bailar completamente desvestida, arrodillada en el suelo ante Silvia, Marco mostraba una descomunal y turgente verga. Marco fue devuelto inmediatamente a los aposentos de los esclavos y Luisa directamente al lecho de Silvia que conoció el dulce placer de lesbos por primera vez. 

LUISA Y DÉMETER

Apuraron lo pactado puesto que ni Silvia ni Luisa aparecieron fuera de los aposentos privados hasta bien entrado el mediodía. Démeter se comía las uñas de indignación mientras que sus ilustres amigos se mofaban de ella. Muchos años de corrupciones compartidas les otorgaban la suficiente confianza para hacerlo. Cuando por fin ambas aparecieron, Silvia no podía dejar de mostrar su intima satisfacción de haber causado desasosiego en su anfitriona, que a pesar de intentarlo no lo podía disimular. Silvia sabia que le producía una gran atracción y disfrutaba con despreciarla.

Démeter sintió tales deseos de darle una lección a esa estúpida niñata que se propuso vengarse de ella, y empezaría reclamando a Luisa a su presencia. Tenía curiosidad de saber qué tenía esa esclava que tanto había complacido a Silvia. La recibió esa noche prácticamente desnuda en su habitación privada, muy caldeada con una gran chimenea. Se cubría con una capa de seda negra transparente que no ocultaba un cuerpo sorprendentemente poco ajado por los años y por el vicio. Luisa se sorprendió al verla de esa guisa. Estaba convencida de que lo iba a pasar mal a causa de lo sucedido. Encontrarse entre dos mujeres poderosas podía traerle complicaciones, pero si además una de ellas era su propietaria le podía costar más que eso. Nada hay más peligroso que una ama despechada.

Démeter interrogó a Luisa sobre todo lo sucedido con Silvia. Quería saber porqué una simple esclava escuchimizada había podido seducir a una patricia romana, empezando por saber quien había seducido a quien. Luisa no tuvo más remedio que arriesgarse a decirle la verdad. Démeter se mostró muy interesada y preguntó qué baile era ese, a lo que Luisa contestó que en su tierra las mujeres dominaban ya en su pubertad múltiples danzas como forma de retener a los maridos en su lecho. Luisa ocultó que ella era una bailarina contumaz desde su más tierna edad. Démeter sintió curiosidad y le pidió que bailara para ella uno de esos bailes. Casualmente uno de los esclavos de uno de sus acompañantes era de Antioquia y dominaba la cítara. Démeter lo hizo llamar. Cuando el músico se presentó Luisa le cuchicheo algo al oído, contestándole aquel afirmativamente. Entonces le pidió a su ama que le prestara mantillas y pañuelos de varios tamaños, y se ocultó tras un biombo.

Luisa apareció envuelta en velos: uno se anudaba ocultando sus pechos; otro envolvía su entrepierna; un tercero se ataba haciendo de falda arribando a sus tobillos; otro lo puso debajo de sus axilas pero dejando a la vista su vientre; un quinto, el de mayor tamaño lo ligaba en su frente ocultando sus cabellos y llegaba hasta el mismo suelo. Otro velo ocultaba su rostro, y por ultimo dos mas se anudaban a sus muñecas.

Luisa hizo una reverencia y la cítara sonó... y Luisa se transformó: se convirtió en una hembra lujuriosa que se revolvía como una serpiente. Embelesada y sorprendida, Démeter la seguía encantada en sus movimientos, su escaso busto se convertía a sus ojos en voluptuosas tetas, su vientre liso parecía moverse con vida propia, sus muslos ondulantes, toda ella, era un conjunto curvilíneo y armonioso que la encharcaba sus entrañas. Los velos de Luisa iban cayendo uno tras otro, esperando el momento justo para mostrar retazos de su piel dorada, hasta quedar solo con los velos de sus muñecas con los que trataba picaramente de ocultar sus encantos sin conseguirlo. Finalmente los lanzó atrevidamente a la cara de su ama postrándose ante ella con sus cabellos extendidos por el suelo formando un circulo perfecto. Para entonces Démeter ya tocaba indisimuladamente su clítoris y sus erectos pezones.

Esa noche Luisa había sellado su destino.

LUISA LA FAVORITA

A partir de entonces la caprichosa Démeter encuentra un nuevo juguete con que distraerse. Luisa se ha convertido en su favorita. Pasa a formar parte del mobiliario de sus estancias privadas. Vive allí, siempre a su servicio. Luisa baila para ella todas las noches. Es su objeto de placer, usándola a su antojo: La viste, la desnuda, la baña, la maquilla, la tatúa, pintarrajea su cuerpo como si de una muñeca se tratara. Incluso come valiéndose de su vientre como bandeja. Luisa duerme encadenada a los pies de su cama cuando Démeter se harta de sexo. Más de una vez es azotada solo porque su ama llega de mal humor o porque siente dolor de cabeza. Entonces sumisamente se arrodilla para que Valeria o la misma Démeter descarguen golpes de fusta sobre su espalda, glúteos u muslos.

Sin embargo sombras oscuras se van formando sobre la infeliz Luisa. El haberse convertido en el centro de atención de Démeter no ha caído nada bien en el grupo. Silvia ha dejado de ser el objeto predilecto de sus atenciones y halagos lo que detesta en grado sumo, y más tratándose de una vulgar esclava. Los dos ociosos y permanentemente aburridos patricios ven como la anfitriona no les hace caso. Incluso la fiel Valeria se ha visto sustituida por esa bailarina advenediza. Demasiados enemigos para un ser tan débil. Un encuentro casual entre Valeria y Silvia sella un pacto para destruirla. Ya se presentará la ocasión.

LA TRAICIÓN

El sol ya calienta con más fuerza y los almendros empiezan a florecer en la finca. La situación en Roma no mejora y las noticias son poco alentadoras. Sin embargo asuntos urgentes obligan a Démeter a ir allí. Serán solo tres o cuatro días a lo sumo. Viajará sola con dos hombres de su guardia y sus esclavos estrictamente necesarios: el medico y la doncella personal. Luisa se quedará. Parte al amanecer dejando a Valeria al cuidado de todo, incluyendo satisfacer a sus invitados. ésta no pierde el tiempo y busca a Silvia. Urden un plan.

Luisa es llamada por Valeria. Le dice que tiene ordenes muy estrictas de la Señora. Esa misma noche deberá bailar la danza de los velos de forma especial para los ilustres huéspedes. Luisa no se extraña pues sabe de lo cambiante y caprichoso del carácter de su dueña. 

Esa noche tras la cena, Luisa se presenta en la sala donde los invitados esperan cómodamente tumbados. Un enjambre de esclavos y esclavas los sirven. Un grupo de músicos espera ordenes. Silvia se dirige a Luisa y le ordena que baile pero que después deberá someterse los caprichos de alguien muy especial. Y señala a un personaje desconocido cubierto por un manto translucido que oculta totalmente su identidad aunque parece evidente que se trata de una mujer puesto que se transparentan los cabellos rubios, su tez pálida y formas redondeadas con una corta túnica negra como vestimenta. Luisa desconoce que Démeter está en Roma así que cree que es ella la que esta allí y que es uno de sus juegos. Por su forma de vestir y tez tan pálida de brazos y piernas no puede ser otra. Luisa baila una vez mas esa danza lasciva terminando con sus muslos increíblemente abiertos, la cabeza echada hacia atrás y sus pechos apuntando al cielo. Siervos, esclavos, señores... la sala entera, irrumpe en una cerrada ovación. Luisa espera inmóvil a que le den permiso para incorporarse. 

Silvia le pide que cierre los ojos y le dice que el personaje especial quiere hacer el amor con ella delante de todo el mundo y que debe dar su conformidad. Contesta que sí sin reservas, claro. Silvia le pide que se incorpore. Luisa casi se cae al suelo de la sorpresa cuando ve que quien se esconde tras ese velo espeso no es otro que Marco el esclavo, disfrazado como si fuera una mujer, con la piel tiznada de blanco. Cuando se pone de pie y se dirige a Luisa lleva la corta faldilla levantada por su enorme verga erecta y amenazadora. Luisa ha sido engañada y no puede hacer nada por evitar lo que vendrá a continuación. Marco la toma por la cintura y la voltea arrojándola al suelo. se pone tras ella de rodillas, la sujeta por las ingles atrayéndola hacia él, la abre de piernas colocando su glande en la boca de la cueva. Presiona contra ella muy abierta por la posición de los muslos de Luisa cogidos en una tenaza implacable. Finalmente el miembro penetra en la estrechura. Luisa tiene que reprimir un grito de dolor. Es demasiado grande para su angosta vagina. Marco empuja con fuerza, una y otra vez. El increíble instrumento se abre paso taladrando las entrañas de Luisa que llora por el terrible daño que está padeciendo. Los golpes de ariete siguen y la dura asta sigue hundiéndose en su vientre hasta no poder avanzar más. Por fin Marco se estremece, derramándose dentro de Luisa ante el jolgorio del publico que ha estado jaleándolo. Luisa se levanta sollozando y sale avergonzada mientras el semen y la sangre le chorrean por sus muslos.

LA CAÍDA

Démeter vuelve al anochecer del quinto día de su partida. Valeria la espera con gesto grave contándole que por indicación de Silvia Catilina, Luisa ha estado bailando para sus invitados, y que tras el baile, y como premio Luisa a solicitado fornicar todas estas noches delante de los ilustres señores con uno de los esclavos. Démeter hecha una furia se dirige a los aposentos de Silvia a cerciorarse de la verdad de lo sucedido. Ésta, ya avisada por su cómplice, la espera semidesnuda perfumada y acicalada. Su objetivo es seducirla. El resultado es obvio. Démeter y Silvia acaban en el lecho. Esta noche Luisa duerme sola una vez más.

Al siguiente Démeter entra por fin en sus habitaciones privadas. Se baña, se perfuma, desayuna y se cambia de ropas. hace traer a Luisa a su presencia y delante de Valeria la interroga: pregunta si es cierto lo que le han contado de su inicuo comportamiento. Luisa lo niega y cuenta la verdad de lo sucedido. Démeter, influenciada por su nueva situación con Silvia abofetea a Luisa haciéndole ver que es solo una miserable esclava y su palabra no vale nada contra la de una noble romana, corroborada por el resto de huéspedes. La condena a ser azotada con 25 latigazos y esperar sentencia. Desgraciadamente la decadente Roma de hoy la obliga a trasladar en caso al prefecto. De lo contrario la haría matar inmediatamente.

Luisa es trasladada a las celdas de castigo de esclavos en un maloliente sótano esperando su suplicio.

LA TORTURA DE LUISA

Al atardecer del día siguiente es llevada por dos guardianes personales de Démeter al patio donde todo el personal de la finca esta presente. El pilar de piedra donde se castiga a los esclavos la espera. Allí arrancan sus ropas y atan sus muñecas en lo alto de la columna. En posición preferente se sitúan Démeter y sus invitados. El verdugo de acerca, saluda a tan nobles señores, se prepara y descarga 25 terribles latigazos sobre el cuerpo desnudo de Luisa. El largo, duro y grueso flagelo deja 25 surcos sanguinolentos en su pecho, torso, espalda y costados. Cuando el cruel suplicio termina Luisa yace colgando de sus ataduras. Esta inconsciente. No vale la pena repetir 25 más que Démeter tenía pensados extra. Es desatada y trasladada de nuevo a la celda donde esperará su muerte.

LA CRUCIFIXIÓN DE LUISA

Luisa lleva casi una semana en su celda. A pesar del tiempo transcurrido todavía siente un dolor intenso y profundo en su carne desgarrada por las marcas del látigo. Duerme entrecortadamente y con sobresaltos. Apenas ha comido. Está medio desnuda y siempre helada de frío. La séptima noche desde su encierro ve interrumpido su inquieto y desasosegado sueño por fuertes ruidos en el patio. Se asoma por el ventanuco y distingue en la oscuridad que varios esclavos están montando una gran cruz de madera. Luisa se horroriza al verlo y se orina encima... porque sabe que es para ella.

A las seis cuando amanece la sacan de la celda y la llevan frente a Démeter, sentada tras una mesa. sobre ella un rollo de papel oficial. Alargándole el papel le comunica que el prefecto ha examinado su caso y la condena a muerte en la cruz. La sentencia se ejecutará inmediatamente. Luisa aunque sabía lo que le esperaba se desvanece meándose por segunda vez.

La reaniman y llevan directamente al patio, a rastras porque puede andar. Démeter va tras ella. Luisa es desnudada. Está bajo un andamio con unas cuerdas. La cruz esta en el suelo. Démeter ordena a Luisa que cargue con la cruz. Después dará 10 vueltas al patio, mientras dos hombres, uno a cada lado, la azotaran. La cruz es muy pesada para poderla alzar ella sola, así que la cargan sobre su hombro.

Dobla las rodillas pero aguanta. Comienza a andar. Luisa logra completar una vuelta. La madera se clava en la carne de su hombro, tanto que le hace una herida. Luisa comienza a sangrar... y se cae por primera vez. Los verdugos la azotan con saña mientras Démeter disfruta con su tormento. Luisa logra levantarse... camina unos pasos... y vuelve a derrumbarse de nuevo... se incorpora... pero no tarda en volver a caer. Esta vez parece que definitivamente. Los guardias no logran que se levante. Solo ha podido dar una vuelta y pocos metros más . Démeter viendo que es inútil seguir con el paseo ordena que trasladen a Luisa a la cruz para terminar de una vez. Un guardia arrastra a la esclava y otro carga con la cruz. La coloca en el lugar exacto, con el extremo inferior junto al hueco donde la cruz será alzada.

Luisa es depositada con su espalda apoyada sobre la madera central. La toman de sus axilas para emplazarla de forma que sus brazos queden horizontales extendiéndolos sobre los extremos de la cruz. Uno de los guardianes hinca su rodilla en su antebrazo con su mano abierta hacia arriba mientras los otros inmovilizan a Luisa. No es necesario porque Luisa ya no tiene fuerzas para oponerse. Otro guardia se acerca portando largos clavos y un mazo.

Pone la punta de uno sobre la palma abierta de Luisa y descarga un brutal golpe que la atraviesa. Un grito desgarrador sale de la garganta de la infortunada Luisa ... otro mazazo, otro y otro más hincan el clavo a tope aplastando la carne y atrancándola a la madera. Los aullidos de Luisa retumban por toda la quinta. La operación se repite en el otro brazo. Cuando toca a los pies Luisa ha sacado fuerzas de no se sabe donde y son necesarios dos hombres para sujetarla. Démeter, ya acompañada de Silvia, cómodamente sentadas, disfrutan del macabro espectáculo. 

Los verdugos intentan usar un solo clavo para unir ambas extremidades pero después de varios intentos deciden utilizar uno para cada pie.
Con los empeines de Luisa destrozados dan por concluida la espeluznante tarea. Ya solo falta lo más fácil.


A esa hora varios esclavos ociosos asisten a la escena incorporándose los nobles romanos. Los sicarios atan con cuerdas los brazos de la cruz y las pasan por encima del tronco horizontal. Dos de ellos la levantarán mientras otros tiran de los cabos. Poco a poco se yergue la madera con el cuerpo de Luisa deslizándose hacia abajo hasta que por su propio peso e inclinación cae de golpe en el hueco ya preparado. Luisa, que esta ronca de tanto gritar suelta un gruñido apenas audible al sacudirse su cuerpo hacia abajo con el golpetazo seco. Sus manos se desgarran un poco más, ya que sus pies destrozados no pueden apoyar su cuerpo y sus brazos están soportando todo el peso. Se asegura con cuñas la cruz y se retiran los arneses. La sentencia se ha cumplido: la esclava Luisa ya esta crucificada.

FOTOS

Este artículo no tiene comentarios.

Escribe un comentario







Código de Validación:

Introduzca el Código de Validación:




Estadisticas Usuarios

  • Online: 101

Categorias

Articulos Relacionados

Articulos Mas Vistos

Nuevos Comentarios

Recomienda Superrelatos a Tus Amigos

Tu Nombre:

Correo de Amigo:

Código de Validación:

Introduzca el Código de Validación:

Esta web utiliza cookies para mejorar la experiencia del usuario. Si sigue navegando, consideramos que acepta su uso. Aceptar - Mas informacion