La Letra con Sangre Entra
Está en clase de Física. No le gusta la materia, pero tendrá que aprobarla para pasar al curso siguiente. La profesora, Julieta, da una aburrida lección sobre el espectro de la luz. Habla de la descomposición de la luz "blanca", pura, en los siete colores del arcoiris. ¡El arcoiris! Elba desea ser un hada que vuele desnuda a través de los siete colores, cambiando su piel cada vez que se baña en uno, combinándolos, variando los tonos. Sus pechos estallan de placer y dan lugar a ríos de luz y música que inundan la tierra...
¡Rrriiiiinnngg! Suena la campana del instituto. Se acabó la clase. Elba despierta de su ensoñación. Está algo húmeda. Su amiga Berta le pregunta:
¿Te quieres venir a comer con nosotras? –
No, gracias chicas. Hoy comeré en casa de mi tía. –
Vale. ¡Hasta mañana! –
Elba despide con una sonrisa a sus amigas, pero al darse la vuelta, se encuentra con la fría mirada de la profesora. Está cruzada de brazos y le impide pasar. Quiere algo de ella. Elba se imagina la causa de su enfado. Siente miedo: es una persona autoritaria y aficionada a castigar y humillar a los malos estudiantes.
Te has vuelto a quedar dormida en clase. –
Elba baja la vista, avergonzada. La ha pillado.
Si sigues así, y no te tomas la física en serio te suspenderé. ¡Mejor será que te busques un profesor particular! –
Julieta se da la vuelta y se marcha. Elba suspira, aliviada de que no la mandase a fregar pasillos de rodillas por perezosa. Pero luego la invade la preocupación: si no aprueba, ¡tendrá que repetir! Sus padres se enfadarán mucho con ella, y sus amigas... Ya no volverán a estar en la misma clase.
Al día siguiente, la preocupación ha disminuido. Hoy no toca física, por lo que puede respirar tranquila. La profesora de matemáticas, una señora ya madura, es mucho más comprensiva que Julieta, y no le importa que Elba no preste atención.
Pero a la salida le espera una sorpresa. Julieta ha venido a buscarla en coche. Un magnífico deportivo de color negro se para frente a la chica antes de que pueda cruzar la calle.
Sube – ordena la profesora – He decidido darte yo misma clases particulares. Te saldrá gratis y me encargaré de vigilar tus progresos.-
Elba calibra sus posibilidades. Quiere aprobar, necesita aprobar, debe aprobar. Suspira y entra en el coche. Julieta, satisfecha, arranca.
Diez minutos más tarde están en casa de la profesora: un chalet en las afueras. Es una monada.
Entra. – le invita a pasar Julieta, mucho más cordial que de costumbre
Elba acepta sentarse en un sillón y que Julieta le prepare un té. Se siente incómoda, como prisionera de la mirada de su profesora. Pero al mismo tiempo siente una pequeña excitación. Julieta es hermosa, una chica de treinta y pocos años, rubia, delgada, alta... Y con unos turbadores ojos azules.
Gracias por el té, profe. –
De nada. Relájate. –
Julieta se ausenta un momento, y Elba aprovecha para mirar a su alrededor. Es una bonita estancia. Da un sorbo al té. Está dulce.
Muy bien, ya podemos empezar con la lección. Ésta no la olvidarás nunca. –
Elba se atraganta al ver entrar en el salón a una Julieta completamente cambiada. Se ha vestido de dominatriz de la cabeza a los pies: gorra de charol con chapa de policía, corsé ajustado, guantes de vinilo negro hasta el codo, liguero, medias de rejilla, sin bragas, zapatos de tacón y unas tobilleras de cuero cerradas con dos pequeños candados.
Oh, oh... –
Sujeta con ambas manos un látigo trenzado. Promete doler y escocer un montón al estamparse en la piel, en su piel concretamente. Elba sabía que algo así ocultaba la profesora de física.
No tendrás que estudiar para aprobar mi asignatura, sólo darme placer y servirme como una perra. –
El látigo restalla en el aire.
Desnúdate. – ordena tajante, y por extraño que parezca, Elba obedece.
Comienza la azotaina de la mala estudiante. Pegada a una pared, jadea y chilla, dolorida, con cada uno de los azotes que el instrumento mortificador le propina.
Debes sufrir si quieres un sobresaliente. ¿Serás buena chica, obediente y servicial? –
¡Sí! ¡Ahhhhh! ¡Ay, ay! ¡Sí lo seré! –
El látigo y su implacable tormento es sustituido enseguida por expertas caricias. Elba se deja hacer. Los dedos de Julieta son muy hábiles, y saben recompensar la sumisión de la chiquilla. Para entregarse completamente a su dueña, los labios de la estudiante viciosa buscan los de su ama-amante. Juega con la lengua, traviesa, permitiendo a la profesora que la mordisqueé.
Debes saber que no eres la primera en probar las excelencias de mi látigo. La profesora de Matemáticas lo conoce de cabo a rabo. –
¿En serio? – pregunta incrédula Elba, mientras con sus dedos intenta provocar el placer de su gobernanta, hurgando con tacto entre los labios y el clítoris.
Julieta está muy complacida de su esclava, recién amaestrada. Para asegurarse su fidelidad, decide jugar una última carta.
También sé ser tierna con mis putitas. Mira lo que he adquirido en el mercado negro... –
Del cajón de la mesilla extrae un consolador negro enorme, curvado, que apenas puede rodear con la mano.
¡Tachán! – exclama, con un gesto teatral.
¡Es como la trompa de un elefante! – dice Elba con asombro.
Tiene tres velocidades. Ahora las probarás todas. –
Elba separa sus piernas, ofreciendo, entregando, regalando su sexo a su ama. Julieta conecta el aparato y con él estimula todo el pubis de su golfa. Elba gime, desesperada por el placer. El coloso penetra sus puertas del amor y comienza a masajear su interior, buscando el punto de máximo placer, el G.
Los jadeos llenan el aire, y sólo se oye su eco en las paredes. Julieta sabe bien cómo tratar a su jauría de perras. Mete la segunda velocidad y los gemidos se redoblan. Elba apenas puede estarse quieta. Espasmos y convulsiones de placer la recorren por completo, pero Julieta no para en ningún momento de estimularla más y más.
¡Ajá! – dice, con tono triunfal, al observar por las reacciones de su esclava que ha encontrado el punto exacto, el núcleo del placer. Pone la última marcha, la más rápida.
Elba se siente morir. Ningún sueño que hubiese tenido antes se puede comparar a la sensación presente de ser todo libido desatada, manejada con suprema habilidad por una musa de lo prohibido. El orgasmo, o mejor dicho, los orgasmos, atropelladamente la asedian, dominando sus sentidos. Ni siquiera se da cuenta de que Julieta se está masturbando encima de su rostro, destilando sus jugos encima de su boca abierta.
Trágatelo todo. –
No ha oído la orden de su señora, pero la obedece. Tiene que chupar algo, o el torbellino de sensaciones la volverá loca. Frenética, pasea la lengua por la raja de la domina, provocando al instante un río de sudores y líquidos vaginales que voraz deglute. No se saciaría ni aunque de un océano se tratase...
Cuando recupera la noción de sí misma, es casi de noche. Está acurrucada en el asiento del acompañante del coche de Julieta.
Eres una preciosidad, zorrita. –
Gracias... –
Agradece la ternura con que su ama acaricia su pelo, maternal. Sabe que aprobará, aunque eso le da ya igual.
Fin de curso.
Elba... Un sobresaliente. –
¡Jo profe! – se quejan las compañeras, celosas de las buenas calificaciones de su amiga.
Deberíais aprender de ella. Claro, que si alguna quiere clases particulares, sólo tiene que decírmelo. –
¿Y Elba? Elba sigue soñando, sólo que ahora sueña con ser la esclava de todas las amas del mundo. Y los arcoiris son látigos que barnizan y moldean su cuerpo, que ya no es suyo, convirtiéndola en la sumisa perfecta.
- Aaaahhhh... – suspira, bajo la atenta mirada de Julieta, que sabrá castigarla como se merece y quiere.
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