
El Fontanero
El hombre vino en seguida, por lo que me encontró todavía con la camisa mojada por el inútil esfuerzo que había realizado un rato antes para tratar de detener la fuga de agua. Me di cuenta enseguida de cómo su ardiente mirada se clavaba en mis pechos, y no era para menos, porque al no llevar sujetador estos se marcaban casi como si estuvieran desnudos. A pesar de ser un hombre ya cuarentón y de aspecto zafio decidí que esta era una buena forma de recompensar su pronta llegada, por lo que permanecí a su lado todo el tiempo que duro la reparación, fingiendo no darme cuenta de su tremendo interés.
Pero si había algo tremendo en la cocina era el enorme bulto que se le estaba formando en el mono de trabajo, y que yo no podía dejar de contemplar con respeto y admiración. Supongo que nuestra admiración mutua debía ser algo demasiado evidente para un tipo tan veterano como él. Pues al acabar la faena, y sin decirme lo mas mínimo, se limpio las manos sucias de grasa en un trapo y a continuación las metió debajo de mi camiseta, adueñándose con toda confianza de mis abultados y agradecidos senos.
No quise permanecer pasiva, y pronto me arrodillé para liberar de su encierro al trasto más grande que había visto hasta la fecha. Tuve que usar ambas manos para controlar aquella cosa inmensa, y no ahogarme con su grosor mientras la devoraba, y aun así casi me asfixio cuando el bestia ese me sujetó por la cabeza y me obligó a tragarme más de la mitad mientras eyaculaba directamente en mi garganta.
Por suerte para mí el hombretón era tan viril como salvaje, por lo que para cuando me tumbó sobre la mesa de la cocina, prácticamente arrancándome las bragas de un tirón, y sin molestarse siquiera en quitarme la falda, ya estaba otra vez "dispuesto".
Gracias a Dios que mi almejita estaba encharcada, porque aun así pensé que me partiría en dos cuando su gigantesca tranca se metió dentro hasta los mismísimos testículos.
¿Qué les puedo decir?. Las dos o tres horas siguientes fueron algo realmente salvaje. El tipo eyaculó otras dos veces más, y me dejó tan escocida y dolorida que no pude ni ir a misa al día siguiente, permaneciendo en casa para poderme recuperar de la reparación
Por suerte, después de aquello, me visitaba cada dos o tres días para "desatascar" mis "tuberías" (porque aunque me costó horrores, al final también me acostumbre a recibirlo en mi agujerito anal, para asombro mutuo). FOTOS
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